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Notas para una estética de la naturaleza (I)



       (Al hilo de la próxima participación del Grup d’Estètica i Política segle XXI (Gep21) en algunos de los actos de la biennal Art Mix 2011 de Santa Coloma de Gramenet, he elaborado unas notas de diálogo sobre el tema de esta convocatoria: Homo et Natura. Os invito a su lectura, y ofrezco este material tanto a los participantes como a los asistentes al seminario. El acto será el día 3 de mayo en el Centre d'art Contemporani Can Sisteré de Santa Coloma, a partir de las 20.00 h.)

La naturaleza humana
Caspar David Friedrich
Escisión naturaleza-ser humano. Es casi una tradición del arte occidental oponer dos esferas en último extremo relacionadas: naturaleza y ser humano. Esta oposición contiene diferentes segmentos de unidad, y, tal vez por eso, no sea muy fácil de mantener. Si miramos al mundo antiguo, por ejemplo, vemos que esa supuesta oposición se organizaba en el interior de una estructura de orden, equilibrio y proporción interdependientes, tanto en la esfera de la natura como en la esfera de lo humano; y si miramos al mundo del Renacimiento, la belleza mimética era el espejo de un macrocosmos natural que se reflejaba en el microcosmos humano; en ambos casos, la naturaleza humana y la naturaleza terrestre, junto a sus correspondientes inteligencias, estaban organizadas en un circuito más o menos comunicado. Esta situación cambió, no obstante, para los ilustrados y los estéticos emergentes del siglo XVIII: la naturaleza pasaría a ser una gran idea viva, una naturaleza viva pendiente de captar, un ritmo dinámico similar al de la fuerza de libertad de un gran animal, observable en su dinámica sólo mediante la intuición. Así mismo, el ser humano, con el tiempo, adquirirá una similar movilidad natural, el impulso hacia una razón pendiente de descubrir, algo que, gracias al arte y a la cultura, ayudará a conquistar la naturaleza. 

Joseph Mallord William Turner


Los románticos fueron los primeros en reivindicar el arte y la cultura como reveladores de esta naturaleza viva y como regeneradores de un nuevo ser humano en contacto con su naturaleza humana más profunda… En esta nueva configuración, las nuevas naturalezas quedaban lejos de ser terrenos estables de experiencia, y dieron paso a diversas fragmentaciones: entre naturaleza estática y naturaleza dinámica, y entre ser humano temporal y ser humano eterno, por un lado, y más tarde a una ulterior separación general entre la naturaleza misma y el propio ser humano. Y esta ulterior oposición entre naturaleza y ser humano supuso el nacimiento de diferentes puntos negros que se abrieron entre una naturaleza desconocida y oscura y una naturaleza humana inconsciente y potencialmente culpable. La ruptura con el mundo antiguo se convirtió poco a poco en la necesidad de reconquista de una mítica pureza original, tanto como en la necesidad de conquista de una natura potencial, conducidas por el progreso y el dominio humano. La desaparición de los vínculos entre naturaleza y ser humano hundió al ser humano en su propia desaparición e hizo desaparecer también la naturaleza.


Edvard Munch
Genio. El tema de la naturaleza culmina en el romanticismo con una natura que se opone, tanto a la belleza ilustrada de la contemplación, próxima a los límites del sublime, como a las ideas ilustradas de una cultura progresiva y un dominio racional. Dada la naturaleza terrible y frustrante del mundo, hay una regresión a la parte más oscura de lo natural, una búsqueda de su espíritu poderoso escondido en la oscuridad: no basta con contemplar el sublime, el genio ha de bajar a buscarlo. El espíritu natural es poderoso, y el ser humano puede captarlo, pero por ello mismo ha de ser también oscuro, terrible, inconsciente. El genio se encuentra en la confluencia entre un instinto biológico, el suyo, y un instinto trepidante de fuerzas naturales, en una correspondencia del más allá exterior a la naturaleza misma, escondido en la noche, en las fuerzas naturales más potentes y dramáticas, y la naturaleza inconsciente «interior» y sin fondo del ser humano. La naturaleza triunfa sobre el arte, pero el genio del artista romántico es capaz de conectar mediante una curiosa combinación: la sumisión fáustica al poder absoluto de la natura, por un lado, y el poder de dominarla vampirizando su fuerza natural y multiplicando la propia fuerza que habita en su interior. 

          
      En esta época de la revolución industrial de la química, de los gases, de las tardes rojas como llamas, el genio romántico muestra artísticamente la tragedia mediante un culto nostálgico por las ruinas y por su recuperación y restauración salvaje, una violencia que no tendrá principio ni final. Este genio preparado para captar el instante del infinito, mediante la explosión de sus pasiones más oscuras, condenará su belleza a la muerte, esperando que la muerte sea su vida. No vale la pena decir que esta natura humana quedará apagada y escondida en el inconsciente, y que la inocencia de la naturaleza desaparecerá, mecanizada y encapsulada en la técnica del siglo XX. La espontaneidad de la naturaleza deberá esperar nuevas emergencias y nuevos surcos del tiempo.

Instinto artístico.  En el segundo tercio del siglo XIX, la expresión «instinto artístico» estaba de moda en la crítica de arte: servía para distinguir la calidad de los artistas. Pero para un contemporáneo del fenómeno como Darwin, incluso el impulso estético de los animales actuaba no sólo como instinto, sino como acción «inteligente» adaptada al contexto. Si todo fuesen leyes de selección natural en un mundo hostil y agresivo, los predadores habrían acabado pronto, por ejemplo, con el pavo real. En la evolución, no todo era lucha con el medio y entre especies: debía haber algún vínculo evolutivo entre la belleza, el arte y la naturaleza. 




Algunos pájaros que al nacer aprenden el canto de una especie distinta, transmiten su nuevo canto a las futuras nidadas. Parecen no estar dotados (como tal vez tampoco los humanos no culturalizados) de una aptitud para admirar de antemano los gustos refinados, aquellos que dependen de asociaciones complejas. Pero, para Darwin, la cultura se debe a cambios y adaptaciones al medio, de modo que tal vez lo «refinado», o más bien el amor por la imaginación, tenga ramificaciones naturales. Además de las variaciones espontáneas dadas por las leyes de la selección natural, algunas mutaciones se deben a cambios de costumbres que, con el paso del tiempo, hasta pueden acabar dando lugar a instintos e incluso a especies diferentes, en legos y profanos, en animales o humanos. En ese sentido, si sólo hubiese un criterio universal de belleza, si su herencia fuese fija y universal, es probable que la evolución nunca se hubiera llegado a dar. 

Charles Darwin

El margen de maniobra cultural u ambiental explica las mutaciones que, desde los gustos y las costumbres, llegan hasta motivar incluso cambios físicos en algunos grupos concretos. La cultura, por tanto, ayuda a la supervivencia y la modela, y la variación cultural y su adaptación a los cambios, permite la evolución: la evolución no es un filtro casual, sino la interacción entre los individuos y su cultura, y la supervivencia natural de estos mismos individuos con la carga de su propia cultura. Parece por eso extraño que haya corrientes todavía obsesionadas por reducir el sentido de la belleza y el instinto artístico humanos a patrones comunes, de genio o de especie, y por mitificar idílicamente la cultura como un elemento casi religioso y específico del ser humano, al tiempo que descalifican el arte que se escapa de las pautas primarias de conducta, los impulsos y la universalidad. El instinto no se limita a una serie de patrones fijos o determinados genéticamente, sino que se mueve entre las costumbres mutables y los impulsos heredados, entre la determinación y la reflexión. En caso contrario, tal vez habríamos desaparecido al desaparecer el contexto original de nuestra especie, o tal vez no necesitaríamos ningún mundo ni ninguna tierra para existir.  

Franz Marc

Deshumanización. La postrera incompatibilidad romántica del ser humano con la naturaleza conduce también a una última incompatibilidad y a una escisión en el interior de la propia naturaleza humana (esta irrealidad sería inmortalizada en el expresionismo y terminaría de verse con claridad en la desaparición de la naturaleza humana a lo largo de todas las primeras vanguardias europeas). Ante el abismo, la vida humana se refugia en las superficies de lo mental, lo formal y lo social, y todo un proyecto de evasión estética se presenta como alternativa a la incapacidad del genio para dominar las oposiciones del juego de fuerzas estéticas. Simultáneamente a la incompatibilidad entre naturaleza y ser humano, surge un ulterior reforzamiento del autismo, materializado en un rechazo del cuerpo: la escisión de las naturalezas natural y humana nos encamina hacia la abstracción. Sólo hay un paso entre la naturaleza oscura del romanticismo y la naturaleza muerta de la vanguardia, y surge una necesidad de los artistas del siglo XX de identificarse con una realidad que acentúa su deshumanización natural y pone de relieve su individuación formal, su estetización, su conversión en líquido y su desmaterialización constante. Al mismo tiempo, la naturaleza en cuanto contrapunto desaparece no ya como sometida a lo racional o incluso a la fuerza deseante de lo irracional, sino como un elemento perdido en la nada, como flotando en una abstracción que no puede ni quiere alcanzarla. 

Marisa Merz
En cierto modo, la tendencia a lo formal se dilató durante la primera mitad del siglo XX, hasta mutar finalmente con el neodadaísmo y con algunas de las tendencias del arte conceptual de la segunda mitad, en unos momentos de recuperación de la naturaleza humana con los cuales volverá a entrar en juego la naturaleza no humana. La deshumanización explotó después de la segunda guerra mundial en algunas tendencias que dieron pie a la consideración de lo singular, tanto natural como humano, y que aportaron elementos artísticos esenciales con los que recuperar una idea de naturaleza cada vez más agotada y perdida. La angustia de la deriva del ser humano y del individuo fragmentado tocaron fondo y comenzaron a encontrar salidas en artes concretas como el povera y el body art, por ejemplo, trazando puntos de reencuentro entre la naturaleza humana y la naturaleza en general, en plena mitad del siglo XX.

Joseph Beauys
Singular. Algunos pájaros, habituados a un canto diferente al de su especie, enseñan este sonido a su progenie, y así este canto va pasando de generación en generación. Ésta podría ser una imagen tradicional de la cultura. Una imagen que, como dispositivo artificial propio de la humanidad, la aísla de la naturaleza pero no explica la vinculación de ese canto o de esa cultura con las capacidades y necesidades biológicas esenciales de la lucha por la vida, aquellas que invitan a su transmisión a las nuevas generaciones: no parece que cualquier hecho cultural sea necesario ni determinante para cualquiera. Por tanto, esta imagen no explica el motivo evolutivo y vital por el cual ese canto es necesario en la cadena de la supervivencia, ni siquiera para un solo individuo. Para entender la vinculación entre naturaleza y cultura, es decir, la necesidad biológica de la cultura, podemos recurrir al lenguaje como ejemplo: las capacidades biológicas de hablar e imaginar pasan de generación en generación con los individuos que hablan e imaginan y son capaces, además, no sólo de sobrevivir, sino de reproducirse, es decir, de relacionarse de comunicarse y general cultura. Esto no es un dispositivo artificial añadido: la cola del pavo real, por tanto, no arraiga en el misterio profundo del más allá, sino que es el disfraz estético de una potencia de recursos del animal para sobrevivir, la punta del iceberg de su secreto genético para eludir el peligro y salir de situaciones complicadas, para analizar el contexto... Esto es un motivo de transmisión cultural. La estética darwiniana permite así dar un sentido biológico a la estética moderna que había quedado paralizada en la mitificación de un universo abstracto y de un cerebro deshumanizado y separado del cuerpo, así como en una visión antifilogenética de lo humano, ajena a las diferencias singulares. Así mismo, rompe con la vieja oposición entre naturaleza y ser humano. La vía de interconexión es la cultura como elemento natural incorporado en la biología, y de la biología como un elemento de importancia capital en el proceso de producción de la cultura. El punto de intersección es la potencial importancia de cada ser singular en la cadena evolutiva biológica, y por tanto, su introducción no sólo de caudal genético general, sino cultural, singular, un nuevo elemento evolutivo ofrecido a la humanidad para su incorporación desde la naturaleza. La cultura tiene unas raíces biológicas, y la biología tiene también una correspondencia cultural que la ayuda a sobrevivir y a la cual se ajusta con su supervivencia.



Bibliografía

Jorge Luis Marzo, «La ruina o la estética del tiempo». Universitas, núms. 2-3, 1989. 
Denis Dutton, El instinto del arte, Barcelona, Paidós, 2010.
Federico López Silvestre, «Darwin y el sentido de la belleza», Barcelona, Enrahonar, 45, 2010.



Enlace a Notas para una estética de la naturaleza (II)

Comentarios

  1. De nuevo, enhorabuena por su blog. Entradas como ésta hacen que merezca la pena bucear entre decenas de blogs...

    Un saludo,

    Jose

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