17.09.2012 |
«Gilles Deleuze se suicidó el sábado lanzándose desde
la ventana de su apartamento parisino de la avenida Niel, en el Distrito XVII. Tenía 70 años. Estaba enfermo
desde hacía tiempo. Sufría una grave insuficiencia respiratoria, había sufrido recientemente una traqueotomía. No había
conseguido reponerse de la muerte, en 1992, de su amigo Félix Guattari, a quien
lo ligaba lo que algunos han denominado una “dialéctica de la amistad”, era el psicoanalista
que había firmado con él el Anti-Edipo,
uno de los raros best-sellers de la filosofía
de todos los tiempos, que había causado furor en el clima de efervescencia y
búsqueda de novedades después de mayo del sesenta y ocho.
28.02.2015 |
Con él se marcha el último de los “grandes” que había “pensado” intensamente, rebuscando con vigor en los abismos de los océanos del pensamiento occidental, a menudo sin renunciar a llegar a algún puerto con su pesca. El año pasado se suicidaba el genial intérprete de la Sociedad del espectáculo, Guy Debord. Antes se habían ido Michel Foucault, segado por el sida; a su modo, Louis Althusser, confinado en un manicomio después de haber asesinado a su mujer. Miserable destino. Se da la paradoja de que, cuando las cosas han cambiado de verdad, y resulta ya desesperada la exigencia de comprender los cambios, parece como si todo el mundo estuviese demasiado cansado para pensar.
16.04.2015 |
Él mismo se había definido como “Guerrillero de la filosofía”. En un sentido particular: no pudiendo abrir una seria batalla contra las verdaderas potencias de nuestro tiempo, “las religiones, los estados, el capitalismo, la ciencia, el derecho,
Ia opinión, la televisión”, se limitó a “perturbarlas”, conduciendo contra los poderes una suerte de “guerra sin batalla,
una guerrilla”. Hablaba
de una “guerrilla que no se limita a oponer a los pensadores al poder, casi como
no opone a los marginados a los mantenidores del orden, a los creadores a los
guardianes del statu quo”. Concebía esta guerra filosófica como un continuo negociar armisticios,
nuevas divisiones de uno consigo mismo, porque “las potencias no se contentan con ser exteriores, sino que pasan por el
interior de cada uno de nosotros”. En esta nueva definición
de la filosofía como “guerra contra sí misma” había encontrado no solo un instrumento clásico para
expresar la “cólera contra la época”, sino también para buscar “la serenidad
que promete”.
14.07.2015 |
Había entendido, antes que otros, que para cabalgar
los poderes del espectáculo era necesario, por encima de todo, ser capaz de
hacer y dar espectáculo. Además de venderlo. Despreciaba, como gran parte de los
nouveeu philosophes, la historia,
considerada como un catálogo “de los obstáculos que conviene sortear para que se
verifique cualquier novedad efectiva”. Se hizo jefe
de filas de una escuela que privilegiaba el movimiento, la novedad en cuanto
tal, respecto al contexto en el cual el movimiento tiene lugar. Era necesario “decir algo nuevo” para “crear alguna cosa nueva”; esa era la máxima que mantenía. No fue casualidad que la obra escrita con Guattari, la que le hiciera
famoso a comienzos de los años setenta, tuviera buena acogida por la “novedad” con la
que osaba combatir la “dictadura” del psicoanálisis. “Posiblemente el
secreto sea este: hacer existir, no juzgar”, escribía.
De sus cursos sobre Kant en Vincennes durante los años setenta, se dijo que asemejaban una novela negra. Libros
difíciles como el Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Imagen-tiempo,
Imagen-movimiento, no dejaban de venderse. Eran las incursiones de “una liebre que salta muy alto y en mil diversas direcciones”, decía un crítico. Y, extrañamente, él que siempre había rechazado por
un resto de esnobismo aparecer en televisión, se había empeñado justo este año
en llevar a cabo para el canal Arte una reflexión a partir de un Abecedario: de
la A como Animal a la Z como Zorro.»
De Kant a la guerrilla filosófica
Por SIEGMUND GINZBERG (La Unità, 6-11-1995)
Traducción TCR
Traducción TCR
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